Reflexiones reales

Cada día dedico un rato a leer todo lo que se publica del mundo “real” que tiene más problemas, al menos los mismos, que cualquier personaje del colorín patrio, solo que revestidos de finura, envueltos en un halo de elegancia que raya el misterio e invita a abandonar nuestra imaginación hacia el extremo, rozando, en muchas ocasiones, el esperpento, que tanto gusta a un español. He de reconocer que he llegado a visualizar un desplante de la reina Letizia a su suegra en los mismos salones de Zarzuela a los que un día llegó siendo una simple periodista; tímida, algo asustada y nerviosa, gesticulando en exceso al hablar y buscando con la mirada el apoyo de su príncipe. Entonces únicamente sintió el desprecio e indiferencia que con mucha clase y elegancia recibió de quien poco más tarde se convirtió en su suegra, mientras que, de su campechano suegro, sólo recibiría alguna salida de tono en referencia a la larga lista de conquistas de su hijo, haciéndola sentir una más. Porque Juan Carlos es Borbón, es nieto del inigualable (porque ya sabéis que lo terminé, en cierto modo, comprendiendo y desde entonces es mi personaje, mi creación, mi Alfonso, mi Borbón), que sí superable, Alfonso XIII.

            La ira de Letizia, tan republicana, tan independiente, tan suya, tan Letizia, debió provocar tormenta esa noche sobre los techos de Zarzuela. Ahí, estoy segura (en mi imaginación) que la joven aprendiz de princesa comenzó a tejer la venganza, cual Penélope su velo.

            Pues bien, ha pasado el tiempo y nada queda de aquella princesa, ni siquiera la cara de antaño permanece (a mí, ahora me gusta mucho más). Hoy es reina, sí que es una gran profesional porque no nació reina, no fue educada desde la simiente para reinar, pero aprendió. Y esto es algo que me sorprende, llama poderosamente mi atención. Desconozco su vida previa a la “real”, sin embargo, supongo que como la de cualquier joven incluso mejor que la de cualquier joven, pues era una periodista con más o menos éxito, con su vida libre, sus problemas también, pero al final del día, anónima.

            De pronto se enamora del heredero al trono español y su vida cambia (en mi opinión para mal, pues la libertad es uno de mis bienes más preciados), se convierte en el blanco de todos los cortesanos e incluso periodistas que antes eran compañeros y que se frotan las manos porque la futura reina fue uno de ellos y ahora es la noticia. Ella es la mejor diana para apartar la atención de los verdaderos problemas de la Corona, de los líos de faldas de su suegro, de la vida triste de la hoy emérita, de la consentidora de la una y del divorcio de la otra. Su presencia y desavenencias vienen bien. Son útiles. 

             El único amable fue Marichalar (tan majo él), sin embargo, poco le duró el apoyo. Cosas que pasan. Salió de la familia para no volver, dejó de ser y existir.

            Pero ahora es el momento de Letizia, es la reina y como nuera, tendrá los mismos problemas que cualquiera, pero retransmitidos, analizados y juzgados porque va en la nómina. Quizá un poquito de sentido común y progresión no vendría mal. Se le pide transparencia a la Corona, es decir, un cambio, un avance, pero contrariamente se exige continuidad en las maneras, comportamiento y aguante. Por desgracia, no somos conocedores de lo que pasa en Palacio, así que habrá que novelarlo.

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